domingo, 2 de septiembre de 2012

Partidas que duelen

Ayer, la persona que me brindó empleo por primera vez falleció. Una noticia que me impactó profundamente, ya que por diversas situaciones siempre ha sido un referente para mí, más allá del distanciamiento que sufrimos a últimas fechas por circunstancias de la vida, como suele decirse.
Y no lo recuerdo tanto porque haya sido mi primer patrón, ni mucho menos; a Nacho lo conocí desde muy chico, cuando íbamos a su palco en el Estadio Morelos a ver en ese entonces al Atlético Morelia. En ese tiempo no sabía mucho yo del futbol como espectáculo; una parte importante de mí nació ese día que entré a ese palco por primera vez y ver el brillantísimo verde del césped del estadio, mientras Nacho (firmemente) me señalaba cuál era mi lugar y me invitaba a sentarme. Nunca he visto mejor los partidos del Morelia que en ese palco, quizá por ser un grato recuerdo infantil, quizá por la consagrada ubicación del mismo, quizá por la gran sorpresa y los grandes momentos que vivimos ahí.
Muchos fueron los partidos que vimos en aquel lugar; el palco número 20 de mezanine oriente, si mal no recuerdo. Al finalizar el partido en curso, un domingo cada quince días, jugábamos en el pasillo de entrada con su hijo (Nacho Chico) con pequeños balones que él nos compraba por una treintena de pesos y, en general, siempre había una historia qué contar, algo qué resaltar de las idas al estadio y que me provocaban una profunda sensación de tranquilidad, de bienestar. No ubico exactamente cuándo fue que dejamos de ir al palco con mi papá, pero siempre recordaré ese tiempo como una gran fuente de alegría en mis años mozos.

Ya un poco más grande, de 15 años, tuve la oportunidad de trabajar en su empresa de lácteos y carnes frías. El trabajo era pesado para mi edad y la paga no era mucha, aunque para mi corta edad y nula experiencia laboral sentía que el dinero recibido era justísimo y merecidísimo. Nunca, hasta la fecha, he trabajado tan arduamente y con aquella ilusión primaria como en aquel tiempo; las jornadas laborales eran agotadoras y prácticamente diario salía rendido de ese trabajo, pero con la firme satisfacción de haber sudado peso por peso de mi trabajo. Nacho siempre estuvo al pendiente de mis avances laborales, y, claro está, cometí muchas torpezas en ese entonces, propias de la inexperiencia de la edad. Nunca me reconvino seriamente; quizá dos o tres palabras firmes pero ligeras me hacían repostar y enmendar, en dado caso, cualquier desaguisado hecho. Así transcurrieron dos meses de trabajo, y ahí fue en donde empecé a admirar a esta persona que ayer partió.
Al final de mi breve período de trabajo, me brindó algunas palabras de aliento y de paciencia. Pareciera que me veía como alguien suyo, como alguien a quien le importaba su futuro, y son palabras que recuerdo al día de hoy con gran orgullo y veneración, ya que en su tiempo fueron un gran aliciente para seguir con los primeros planes que trazaba en mi vida.

De mirada firme, de caracter aún más firme, malhumorado y autoritario, así era la facha de Nacho. Siempre me impactó la seguridad y el tono de sus frases, la dureza de sus palabras y la exigencia que en ellas reflejaba. Al paso del tiempo, cuando lo conocí un poco más, me dí cuenta que lo que su verdadera intención era procurar lo mejor para las personas que quería y que sobre todo cuidaba de su lugar y de los suyos como poca gente lo hace. En un mundo lleno de falsedades e hipocresías, Nacho se distinguió siempre por su entereza, por su sinceridad y sobre todo por brindar siempre una franca amistad. Después de mi experiencia en "Prolacfri", y teniendo yo también más ocupaciones y menos tiempo libre, dejé de verlo por un buen tiempo, pero siempre perduró en mí ese sentimiento de gratitud hacia él, por su infinita confianza y su severa franqueza.

La última vez que nos vimos fue, paradójicamente, en el funeral de mi tío Víctor. Generoso y gentil, nos ofreció algunos tentempiés y "un fuertecito, para la desvelada". Recuerdo haberlo saludado con gusto, siempre como era, inexpresivo en su mirada, pero fuerte en su corazón, me brindó un fuerte saludo y un caluroso abrazo.

Esa fue la última vez que abracé a Nacho Godínez. Esa fue la última vez que físicamente lo ví, claro, sin saberlo, y esa fue la última oportunidad que tuve para decirle y comentarle lo agradecido y la gran estima que le tengo, pero no se lo dije. Uno siempre espera que las cosas se acomoden para que sucedan de acuerdo a nuestros pensamientos, pero no siempre (es más, creo que casi nunca) es así. Sirvan estos breves párrafos para honrar la memoria de alguien que supo inculcar en mí varios valores trascendentales, de una forma muy particular, pero que siempre tendré presente en mí.

Gracias por todo Nacho, descansa en paz.